Un viaje breve. Sólo cinco horas de Madrid a Bérriz. Un camino fácil a través de una autopista que te transporta hasta esas montañas restauradores de almas. Por algo se elevan hacia el cielo con su verdor intenso y su fuerza vital. El periplo no siempre tiene que ser ni largo, ni complejo, ni doloroso para conducirte a una renovación. A veces es tan amable como el que nos llevó a Barnezabal, “alkargunea” de las hermanas misioneras de Bérriz, lugar de acogimiento que nos albergó el pasado fin de semana.
La Fundación Colegio Bérriz, centro escolar en el que trabajamos como educadores, nos ofreció la oportunidad de convivir en ese entorno privilegiado durante dos días. Desde el primer momento, la experiencia se convirtió en un regalo. Todos y cada uno de los que participamos en este encuentro nos sentimos acogidos, queridos, cuidados por los demás. La cosa no decayó en ningún momento. Las actividades nos inspiraron, los momentos de descanso nos ayudaron a conectar aún más, si cabe, con los que nos acompañaban. La visita al museo, guiados por la mercedaria Lola, fue otro de los momentos estelares.
Historiadora, profesora y monja, Lola Gelo, con su energética narración sobre la vida de Margarita María, nos permitió entender y, sobre todo, sentir la emoción de aquella mujer que convirtió en acciones las oraciones. Su tesón, entrega y convencimiento le permitieron lograr que, en 1930, el convento solicitara la transformación en instituto misionero, para dejar así la clausura. Gracias al voto a favor de las 94 religiosas que lo componían se logró la aprobación y nació el instituto Mercedarias Misioneras de Bérriz. Fue el principio de “el espíritu Bérriz”, una forma de entender la ayuda y la educación basándose en el acompañamiento. Y ese espíritu no ha cesado de crecer y extenderse por diversos lugares del mundo.
El viaje a Barnezabal nos ha acercado a las raíces, al alma de la institución educativa a la que pertenecemos. Esta va a ser una de esas experiencias que se quedan impresas en la memoria, porque nos ha permitido conocer más a fondo la razón de ser de la fundación que nos acoge. Nos ha puesto en contacto con la determinación, el corazón misionero y la vocación pedagógica de Margarita María y de todas las mercedarias que, con su eterna sonrisa, iluminan tantos rincones del mundo. También, nos ha dado la ocasión de descubrir cuán afines somos muchos de los que trabajamos codo a codo y cuántos sueños, esperanzas y desvelos compartimos. En definitiva, nos ha conducido a un proceso de alteridad, de conocimiento del mundo a través de los ojos de otros, tanto de los de aquellos que tenemos cerca en el día a día, como de los de las misioneras que nos iluminan desde la distancia.
Ha sido un viaje breve, sí. Pero intenso, amable y renovador. Sin duda, “el espíritu Bérriz” nos ha estado acompañando y seguirá haciéndolo.